miércoles, 1 de diciembre de 2010

relacion de la tierra con el hombre


56. MI TIERRA: UNA RELACIÓN Y UN DESTINO COMÚN

Hasta hace poco, podíamos considerarnos relativamente concientes del vínculo fundamental que constituía el lugar de nuestro nacimiento. ¿De donde eres? Era una pregunta que definía en gran medida lo que somos y marcaba una pauta en cuanto a las expectativas que se podían esperar de uno. Ese vínculo con un espacio cultural y natural determinado, ofrecía orientación y sentido a la propia existencia y nos libraba de estar fuera del desamparo, brindando la sensación de seguridad necesaria. Es así como, estar unidos a un lugar, poseer un referente familiar y social, era algo que permitía asumir nuestro lugar en el mundo de manera clara. Hoy en cambio, esas seguridades, son más limitadas. Vivimos una perdida constante de identidad en relación a los espacios que anteriormente eran significativos. El sentido de identidad con la tierra de la cual emergimos, la relación y vínculo con la misma gente y los espacios de interrelación se han ido diluyendo en una especie de neblina que nos rodea.

En este sentido, es que podemos comprender la forma como establecemos una relación con los objetos y realidades que nos circundan, en lo cual el lenguaje ha tenido un lugar esencial. Es así como, de que algo es “mío”, no solamente indicamos que ese algo puede ser de mi propiedad y en consecuencia podría disponer de este al libre arbitrio, nos referimos de igual modo a una relación de identidad basada en un vínculo emocional que se proyecta en la tierra que habitamos, en la gente que nos rodea y con la cual compartimos la vida y en la ciudad en la que nacimos o en el espacio cultura y geográfico que habitamos. En el presente escrito y en los siguientes, se pretende reflexionar sobre ese proceso de toma de conciencia e identidad con la tierra, la gente y la ciudad desde la perspectiva particular de quien escribe.

Empecemos entonces señalando que la relación con la tierra constituye un vínculo fundamental, que en el caso de los seres humanos adquiere una dimensión trascendente, casi espiritual. Aunque bien es cierto, la mayoría de nosotros, los seres humanos no somos muy concientes de dicha relación. No obstante, la realidad es que somos seres que emergimos de la tierra, y en un proceso largo y complejo nos hemos ido elevando hacía las estrellas en búsqueda de lo infinito y trascendente y hemos logrado intuir lo divino.

El hombre, lejos de ser un ángel caído, es un ser en ascenso. En este sentido, vemos como la ciencia y las religiones nos integran de manera definitiva, en especial las más antiguas a una relación de nuestro ser con una realidad inmanente. Es así como, los primitivos reconocieron a la tierra como un todo vivo, una fuerza envolvente que todo lo cubría, que todo lo abarcaba. El hombre se reconoció así mismo en una relación íntima con la tierra. En algunas de esas culturas antiguas, esa relación vital adquirió el carácter de un vínculo madre –hijo, emergiendo la conciencia de la madre Tierra, GAIA. Hoy, desde una perspectiva científica, la hipótesis GAIA es cada vez más plausible. Entender la vida en la tierra como el resultado de una interrelación sistémica entre todos los componentes nos lleva a comprendernos como parte de un todo en el universo.

De otra parte, para quienes poseemos un rasgo más citadino, es decir somos más urbanos, redescubrir o tomar conciencia de la tierra genera un impacto profundo. En este sentido, vale la pena señalar una de las experiencias, que en la mayoría de las personas, genera un impacto que deja profunda huella en la mente de manera indeleble y este es el primer encuentro con el mar. En mi caso fue así. Percibir en la infancia la sensación de inmensidad, generó en mi asombro y respeto además del anhelo de comprender mi verdadero lugar en el cosmos. En este sentido, se puede señalar que en el hombre hay tendencias profundas que nos unen a la tierra. Sensaciones similares de integración al todo son comunes al entrar en contacto con las montañas, con el misterio de la noche en el campo o la belleza que hay en un día soleado en medio de las tonalidades de azul que vemos en el firmamento, o incluso en las tardes lluviosas y frías. Esas experiencias, de cierto modo espirituales, dejan claro que hay un destino común, y que detrás de todas las formas, se evidencia una unidad en el universo.

Ahora bien, tomar conciencia de la tierra y del vínculo que nos une a ella, demanda de cada ser humano, una mayor responsabilidad en lo que respecta al cuidado de nuestra tierra. Bien sabemos, que aunque todos parecemos tener claro la importancia del cuidado y preservación del medio ambiente, en la práctica siguen prevaleciendo los criterios inmediatistas de ganancia. Nuestra ciudad, Pereira, la ciudad que habito, no es ajena a esa tendencia y a su vez ha ido adquiriendo sus propios rasgos. El deterioro del ambiente natural urbano es evidente. Hay poco o casi nulo sentido de responsabilidad con el cuidado de los parques y en general de las áreas verdes, además del manejo irresponsable de las basuras, no sólo por el deterioro ambiental, sino también por sus implicaciones en la convivencia. Unido a lo anterior, la tendencia privatizadora de los recursos sin que la mayor parte de las personas tengan cuenta de sus implicaciones, es evidencia de esa ruptura entre el hombre y su medio natural. Entonces, esa realidad de estar integrados en un destino común, es más algo que la mayoría de las personas en la ciudad la sienten lejana.

A manera de ilustración, hace unos días, escuchaba en el 1 Foro Ecorregión
[1], que el impacto del cambio climático en la ciudad es una realidad. El enfriamiento paulatino al que asistimos, los derrumbes, además de los problemas con el mal manejo de las basuras, hace que los daños que hemos infringido a la naturaleza sean en palabras del Contralor de la República de Colombia sean casi irreparables. La acción ambiental es una urgencia de hoy, no solamente el planteamiento de un ideal futuro porque no solamente estamos comprometiendo la seguridad de las futuras generaciones, sino también de la propia.

Para concluir, de manera provisional, pues siempre es importante regresar al tema en mención, resulta fundamental encontrar otra manera de relacionarnos con la tierra, desde nuestros espacios inmediatos supone en lo fundamental dos cosas. En primer lugar, romper el esquema ético y moral de vida basada en la supervivencia del más fuerte y reemplazarlo por un modelo basado en la cooperación y en la solidaridad, solamente en ese momento “mi tierra” no será una manera de expresar posesión, sino un vínculo afectivo, un sentimiento que nos integra en un destino común. En segundo lugar, redescubrir la tierra, reencontrar el placer de lo sencillo y profundo, el encuentro con quienes nos rodean y todos los seres del mundo en su conjunto. Abrir, en otras palabras, un espacio al asombro y a la vida. Es comprender cada vez más, el ser en sus múltiples manifestaciones.

   
 La cuestión sobre cómo el medio ambiente ha de preocupar al Cristiano ha llegado a ser uno de los temas más populares en los últimos años. En virtud de comprender nuestra responsabilidad, es importante entender la relación original entre el hombre y la naturaleza. Genesis 1:26-28 nos dice que Dios creó al hombre y la mujer a su misma imagen y que les dio dominio sobre toda la tierra. Esto comprendía a todos los animales que Dios había creado como así también a toda la tierra. Dios también encargó a sus descendientes el cuidado de la tierra (Gen. 1:28). Aún después de la entrada del pecado y la maldición, Dios no privó al hombre de esta responsabilidad. Nosotros debemos cuidar la tierra que Dios nos ha dado.

Aunque las Escrituras están en acuerdo en general con muchos de los grupos ecologistas de que el hombre es responsable por el cuidado de su medio ambiente, los Cristianos pueden estar en desacuerdo con ellos en la cuestión de por qué el medio ambiente es importante y en cómo ha de ser cuidado. Por ejemplo, muchas personas del movimiento ecologista dirían que la limpieza del medio ambiente es necesaria puesto que toda la raza humana se encuentra ante un futuro peligroso. Ellos aluden a temas como el agotamiento de la capa de ozono y de un calentamiento del globo terráqueo (puntos que muchos creen que son altamente improbables). No obstante, la Biblia es muy calra al establecer que la raza humana no está a la deriva. Dios es quien tiene el control de su destino. El es quien ha planeado el futuro de la raza humana. La Biblia nos dice que la tierra será un día restaurada por Cristo (Rom. 8:21), y finalmente Dios la destruirá por fuego, reemplazándola por cielos nuevos y tierra nueva (2 Pedro 3:10). La Biblia es muy específica en el hecho de que la restauración y última destrucción de la tierra es un trabajo de Dios y que no está sujeto al cuidado que el hombre pueda darle al medio ambiente.
Otra razón por la que mucha gente sostiene razones en pro de la ecología, se debe al hecho de que parecen ver a la naturaleza como una forma de Dios; su cuidado por el planeta es un tipo de adoración. La religión de la "Nueva Era" enfatiza la ecología y la “unidad” con la naturaleza. Una vez más, la Biblia claramente enseña que esta no es una razón valedera para cuidar nuestro planeta. Isaias 45:5 declara, "Yo soy Jehová, y ninguno más hay; no hay Dios fuera de mí". Por esto sabemos que no hay más que un sólo Dios. Sabemos que Dios es el Creador, no la criatura (Col. 1:16-17). Adorar la naturaleza es lo mismo que la idolatría. Cuidar nuestro medio ambiente como Dios ha mandado, es obediencia a Dios.
Probablemente una de las razones por las que se nos manda a cuidar de nuestra tierra es por una ilustración de responsabilidad y mayordomía. Dios colocó al hombre sobre la tierra como corona de su creación. Hemos de mostrar cuidado, compasión y responsabilidad en nuestra relación con la creación. En este sentido, podemos apreciar mejor la relación especial que Dios ha establecido con el hombre, que fue creado a su misma imagen. Como creyentes hemos de demostrar una adecuada mayordomía al aceptar la responsabilidad que nos ha sido confiada en el principio. Otra observación para hacer es en cuanto al cuidado que nosotros tenemos por la creación. El hombre debe saber que nuestra responsabilidad por la tierra es menos importante que nuestro cuidado el uno por el otro. Esta lección está ilustrada en Jonas 4:9-11. En ese pasaje, Dios recuerda a Jonás que él no tiene más derecho de cuidar a las plantas y árboles y al ganado, que los que tiene por las 120,000 personas que vivían en Nínive. Ahora más que nunca, la gente precisa obtener la perspectiva de Dios en cuánto a qué cosas son más importantes. El medio ambiente es importante, pero Dios está mucho más preocupado por las almas de las personas en el mundo.

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